Libros. La ciencia de la felicidad

 

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Sin ninguna duda “La ciencia de la felicidad” es un “must read”.  La autora, Sonja Lyubomirsky, como ella misma aclara en esta entrevista, no es un gurú de la autoayuda sino una científica que investiga la felicidad. Es profesora del departamento de Psicología de la Universidad de california en Riverside; se graduó en Harvard y se doctoró en Psicología Social y de la personalidad en Stanford.

La primera parte del libro está dedicada a cómo obtener una felicidad real y duradera.

Una de las ideas centrales es que el 50% de la diferencia en el nivel de felicidad entre personas viene explicada por la genét50-10-40-felicidadica y el 10% por las circunstancias;  así que nos queda un 40% que podemos moldear con nuestras acciones y pensamientos.

Varios experimentos como éste  o éste demuestran que cada persona tiene un  “nivel de felicidad” al que acaba volviendo cuando  algún evento vital la aleja, por exceso o defecto, de él. Así, comprarnos un coche, casarnos, un aumento de sueldo, un nuevo trabajo claro que nos hace más felices… pero tan sólo por un tiempo. Del mismo modo, un revés vital nos sume en la tristeza… pero de forma temporal. Esta tendencia, la de volver a un determinado estado de felicidad al margen de los eventos positivos o negativos que vivamos, se conoce como “Adaptación hedónica”  y es la causa de que nos equivoquemos al valorar qué nos hace felices. Nos olvidamos de la adaptación hedónica y nos pasamos la vida persiguiendo espejismos que pensamos nos separan de la felicidad, cuando en realidad apenas representan el 10%.

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Para cultivar el 40% del que somos dueños, hay una lista de actividades que la ciencia ha demostrado que aumentan nuestro nivel de felicidad. La felicidad real y duradera, la que Aristóteles llamó “eudaimonía”. Antes de escribiros la lista, vaya por delante al aviso de la propia autora: “la realidad es que algunos de nosotros tenemos aversión a los consejos/técnicas que parecen demasiado sentimentales o simplistas. No podemos imaginarnos “contando los logros” o “saboreando los pequeños placeres de la vida” o “aprendiendo a perdonar” porque estas sugerencias nos suenan a sensiblerías empalagosas y naives”.   Pero son las que la ciencia ha demostrado que funcionan así que, a lo mejor, con suerte, alguna de ellas nos provoca menos rechazo. Esta es la lista:

  1. Expresar gratitud.
  2. Cultivar el optimismo.
  3. Evitar la rumiación y la comparación social.
  4. Tener actos de amabilidad.
  5. Cultivar las relaciones personales.
  6. Desarrollar estrategias de gestión de estrés, trauma.
  7. Aprender a perdonar.
  8. Hacer actividades de “flow”
  9. Saborear los pequeños placeres de la vida.
  10. Escoger un par de objetivos y comprometerte con ellos
  11. Practicar religión o espiritualidad.
  12. Cuidar de tu cuerpo con ejercicio, meditación.

La segunda parte del libro está dedicada a describir con detalle cada una de estas doce actividades y a su justificación científica.

En la tercera parte explica cómo conseguir que esta felicidad que estamos cultivando sea duradera: tener emociones positivas, encontrar el momento adecuado para realizar las estrategias que se explican en el libro y hacerlas variadas, contar con apoyo social, mantener la motivación, el esfuerzo y el compromiso con el objetivo de cultivar la felicidad, hacerlo un hábito, una vez algo se transforma en hábito resulta mucho más fácil de hacer.

Entiendo que más de un@ de vosotr@s penséis: “¡sí hombre! ¿Dar gracias? ¿Saborear los pequeños placeres?  ¿Cuidar mi cuerpo?  ¿Hay algo más manido, tópico y simple que estas doce actividades que, además,  ya recomendaban nuestras yayas?” Al menos esa fue la reacción de mi marido cuando se las comenté y eso que ya le había comentado la advertencia de Lyubomirsky …

En economía tenemos el concepto Risk-Reward, que podemos traducir como “riesgo beneficio”.  Es un ratio que sirve para valorar la relación entre el riesgo asumido y el beneficio esperado de una inversión.  Lo que nos gustaría, obviamente, es que fuera cero, ningún riesgo o beneficio infinito, y el peor valor posible del ratio es infinito, ningún beneficio o riesgo infinito.  Pues a pesar de ser manidas, tópicas y simples, intentar implementar alguna de estas técnicas es una inversión casi perfecta. Con un riesgo muy bajo, perder algo de tiempo, el posible beneficio es enorme, difícilmente medible. ¿En cuánto valoramos sentirnos más felices, aumentar nuestro bienestar?

Además, a pesar de ser manidas, tópicas y simples seguro que la mayoría de l@s que leéis este post habéis comprobado su potencia en el estado de ánimo. Yo recuerdo cuando decidí de forma explícita “saborear los pequeños placeres de la vida”. Lo aprendí de mi madre, que tiene 83 años y es una de las personas más felices y vitales que conozco. Todos los sábados del año vamos a una cala en Castelldefels. Para llegar hasta ella, después de aparcar el coche, hemos de caminar un rato.  Pues en el paseo, mi madre acostumbra a exclamar con entusiasmo: “¿has visto esas florecitas minúsculas qué preciosas?” O “¿Anda, qué increíble que entre esas rocas haya nacido una planta?” Aprendí a ver la vida a través de su mirada, y me di cuenta de que estaba llena de pequeñas maravillas: la puesta de sol desde mi trabajo (estoy en una planta 13), el olor de los falsos jazmines en el parque cerca del restaurante de menú en el que comemos habitualmente, el sabor del primer sorbo de té “slim puchino” de la mañana, la flor que crece entre las rocas, la nube de forma caprichosa, el sol que me da en la cara cuando vuelvo del gimnasio el domingo al mediodía, la luna cuando salgo del trabajo, el abrazo de “que tengas buen día” que me da mi marido justo antes de irme por la mañana, … saborear con tiempo y con atención plena cada uno de estos instantes es de las cosas a las que verdaderamente doy valor en este momento de mi vida.

Era un vendedor de píldoras perfeccionadas que calman la sed. Se toma una por semana y no se siente más la necesidad de beber.

– ¿Por qué vendes eso? – dijo el principito.

– Es una gran economía de tiempo – dijo el vendedor.

– Los expertos han hecho cálculos. Se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.

[…] ‘Yo – se dijo el principito – si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría lentamente hacia una fuente…'»

(El Principito)

 

 

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